Silvia Molina nació en la ciudad de México en 1946. Estudió antropología en la ENAH y es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Realizó estudios de posgrado en literatura prehispánica y perteneció al seminario de traducción de documentos en náhuatl dirigido por Víctor Castillo en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Fue editora de libros especiales en PROMEXA, Directora Editorial de CIDCLI y Ediciones Corunda. Ha dirigido talleres de creación en Difusión Cultural de la UNAM y en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución, donde impartió las materias de Literatura Mexicana y Redacción durante varios años.

Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores (1979), del International Writing Program de Iowa, USA (1991), del Fideicomiso para la Cultura México-USA (1994) y del Sistema Nacional de Creadores de Arte (1995-1998 y 1998-2000). Fue agregada cultural de México en Bélgica (2000-2004), Coordinadora Nacional de Literatura del INBA (2004-2007), Coordinadora Nacional de Publicaciones de las Conmemoraciones del 2010 (2008) y Coordinadora de Publicaciones del INBA (2009-febrero 2011).

Ha escrito novela, cuento, ensayo, crítica literaria, teatro, crónica y literatura infantil. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia (1977) por La mañana debe seguir gris, el Nacional de Literatura Infantil Juan de la Cabada (1992) por Mi familia y la Bella Durmiente cien años después, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (1998) por El amor que me juraste, el Premio Leer es Vivir de la Editorial Everest en España (1999) por la novela para jóvenes Quiero ser la que seré y el Antonio García Cubas por Álbum de la Patria. Su novela El amor que me juraste fue nominada en la Short List del Premio Internacional IMPAC de Dublin, Irlanda, en 2001. Fue vicepresidenta del Seminario de Cultura Mexicana. Actualmente es vocal de la Sociedad Alfonsina Internacional, secretaria general del Seminario de Cultura Mexicana y miembro corresponsal por la ciudad de Campeche de la Academia Mexicana de la Lengua. Su obra ha sido traducida a varios idiomas.

 Foto: © Barry Domínguez.

Juego de muñecas

INTERMEDIO

Juego de muñecas

A Silvia Verónica

Muñeca bíblica

Y en un principio, el hombre tomó el barro y creó a la muñeca a imagen y semejanza de su hija.

Muñeca medieval

La hija de la Maga Morgana pidió a su madre que las niñas del reino fueran a jugar con ella; y en el acto quedaron convertidas en muñecas.

Muñeca renacentista

La muñeca pertenecía al orden estético de la estatua hasta que su escultor descubrió que para ser perfecta sólo le faltaba hablar y, soberbio, le dio un martillazo en la rodilla.

Más tarde, para remediar su desperfecto, inventó las articulaciones y comprendió que al dotarla de flexibilidad le hacía falta el vestido.

Muñeca maléfica

En el sótano, el desdichado brujo se esmera: la muñeca de trapo ya es casi idéntica a su amante. Sólo falta que le clave un alfiler en el lugar del corazón aunque no está seguro de que la mujer lo tenga.

Muñequitas chinas

En el libro La ilusión y las muñecas del filósofo chino Huang-Cho está referida la historia de la princesa Shikibu:

Una noche, después de un sueño apacible, Shikibu despertó con el recuerdo de una muñeca que no había visto nunca, y su corazón límpido se estremeció.

Al amanecer, su padre, el emperador Ho-Po, hizo llevar al palacio todas las muñecas del imperio, para evitar que la princesa siguiera reflejando en su rostro la palidez de la luna de invierno. Shikibu, asombrada, vio desfilar ante ella muñecas de variados tamaños y formas, de cabellos de seda, de hilos de plata y oro; de caritas de porcelana, del jade más blanco o de papel de arroz. Pero no reconoció en ninguna a la de su sueño y se entregó con tristeza a la contemplación de los cerezos, que le devolvieron, por cada lágrima derramada, una flor.

Antes del anochecer, el aroma del jardín, poblado de arbustos traídos de allende las montañas, hizo que la mente de Shikibu, fresca como el rocío, evocara imágenes reveladoras: vio a una niña sentada en un bosque, bajo las ramas de un sauce, muy cerca de un estanque de peces dorados. La niña protegía a su muñeca del viento de otoño, arrullándola cálidamente entre los brazos. Shikibu reconoció en la muñeca su propia cara, y supo entonces que en su vida pasada había sido la muñeca de la hija del emperador. Recordó también que en los primeros tiempos de su otra existencia había sido honrada con tanto fervor por su dueña, que el Padre de los sueños le permitió cobrar vida por las noches y albergar en su corazón las notas de una música asombrosamente parecida a la alegría infantil.

La pequeña princesa, preocupada por precisar aún más sus recuerdos, trató a su muñeca con la refinada sabiduría del arte consagrado a ese juego.

Cuenta Huang-Cho que se sucedieron dos inviernos y tres primaveras hasta que cierta noche, entre sueños, Shikibu escuchó por primera vez la voz de su muñeca, tan melodiosa como el trino del ruiseñor.

Muñecas rusas

El zar de todas las Rusias ha ordenado que los siervos levanten en los jardines de palacio la gran tienda para el circo: la pequeña zarina cumple cuatro años.

A San Petersburgo han llegado, desde el Valle del Volga, los músicos; y de Ucrania, las bailarinas. Los acróbatas tártaros ensayan sus maromas cerca de las coníferas, los malabaristas lituanos desempacan los aros y las pelotas mientras los equilibristas del Cáucaso vigilan la instalación de las redes.

La pequeña zarina no escucha las observaciones de su padre acerca de la diversidad de dialectos y del colorido de los trajes de sus súbditos: quiere dar de comer a los perritos samoyedos, a los osos de los húngaros y a los caballos del Kiev.

A medio día todo está listo, y antes del banquete da comienzo la función. Los invitados se acomodan y los enanos abren el espectáculo. Después, los panderos anuncian al prestidigitador que avanza hacia el zar haciendo una humilde reverencia. Luego pide a la festejada su muñeca. La pequeña se vuelve hacia su madre, quien otorga el permiso.

Suenan los tambores y la niña está a punto de llorar cuando ve a su muñeca aparecer y desaparecer por los aires; pero, maravillada, cuenta: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete matrioshkitas van cayendo sobre la falda de su vestido de organdí.

Muñeca de carne y hueso

La niña se para de puntillas, jala su muñeca del estante y da dos, tres pasos inseguros hasta que pierde el equilibrio y cae.

Sentada sobre la alfombra de su recámara, con la torpeza de su corta edad, empieza a desvestirla: le desprende el delantal, le jalonea la falda, le afloja el calzoncito y aprieta con fuerza el botón de la espalda.

Una cascada de risas como de bebé recién comido y limpio brota de la barriguita de la muñeca. La niña comienza a patalear, nada en su propia risa y flota inconsciente en la de su muñeca.

Un torrente de sonidos líquidos y cristalinos se filtra por debajo de la puerta hasta el cuarto de los papás. Ella deja el tejido; él cierra el periódico… se miran, sonríen, y luego cada uno vuelve a lo suyo.

Fotos: © Barry Domínguez













CONTACTO

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Twitter: @silviamolina

Mail: contacto@silviamolina.com

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