El poeta Manuel Enrique Pino Castilla nació en la ciudad porteña de San Francisco Campeche. Ha ganado, en dos ocasiones, los Juegos Florales Nacionales de Poesía convocados por la UAC. En tres ocasiones ha ganado el Premio Estatal de Periodismo en los géneros de reportaje, artículo de fondo y crónica.
Es el poeta amigo de todos, que siempre está sonriente. No es un improvisado, a los 22 escribió su primera obra: El baile y el vestido en el folklore campechano; la segunda, Las esquinas de Campeche. En la actualidad tiene en su haber más de 28 libros. Ha colaborado en diferentes revistas de diversos estados, es ferviente defensor de la ecología la cual ha hecho su bandera, y a lo largo de su agitada vida poética ha recibido un sinfín de premios y reconocimientos.
Foto: © Barry Domínguez.
Poemarios
En esta compilación de Poemarios Pino Castilla, un hombre enamorado de Campeche, nos retrata el lugar que lo inspira, ciudad que ha recorrido desde niño, ha conocido sus calles, sus rincones, sus cantinas, sus esquinas, es el lugar que lo ha inspirado, donde respira diariamente sus olores, donde paladea sus sabores, ciudad que lo hace vivir y vibrar.
En estos poemas podemos encontrar qué tiene esta Ciudad que nos fascina, que nos envuelve y que permite que poetas como Pino lo inspire “Como río que siempre pasa y es el mismo, como luz de faro de San José, para perpetuar la paz de la ciudad. Quedaron las olas del mar al pie de las murallas, lamiendo las heridas de la vieja ciudad”.
Este poemario tiene como inspiración a Campeche, este sitio en el que en 1517, en el hoy barrio de San Francisco, se miraron por primera vez mayas y españoles. Campeche para Manuel es su todo, es lugar de historia, de encuentros y desencuentros. De las venteras del mercado, de los marchantes, de las noches calurosas, de los juegos de lotería, de los días de carnaval, del martes de pintadera. Campeche, es el malecón, que delimita la frontera entre el mar y la ciudad, es la tierra de sus ancestros, de sus padres, de sus hijos. Por eso le canta, por eso la homenajea, por eso la ama.
En el remanso del mar, Campeche ha encontrado la grandeza de su nombre.
José Manuel Alcocer Berné
Amarizar de Faro
Poemario
Ciudad fundada
En la devoción de templos y carabelas
De caracoles y cañones de temple ultramarino,
De extenuante historia que la espada dobló
En nuevos acertijos
Voy a tu encuentro
Te saludo, te aíslo en la contemplación del espejo
Y no soy otro,
Soy el mismo, mi bisabuelo
Los hijos que habrán de perpetuar la memoria
Un trozo de sal te canta
Astilla de la cantera que te conoce
El fragor de la batalla
Camino como el reloj errático
Que no despertó a tiempo
El sueño del mar que te abraza
Ciudad de mi madre y mis hermanas
De los amores que pudieron ser
En tus calles estrechas
Y callejones cuya soledad aguarda
A otros amores y otros piratas
Voy al retorno
Que se cruza de brazos
Voy a tu silencio
Que cubre a mis muertos
Voy al encuentro de mis amigos
Que se fueron
Voy a caminarte, y me contradigo,
A no ser el mismo
Es la perpetuidad lo que me anima
El deseo de atrapar el tiempo
Que se ha ido
Mañana será septiembre
De todos los años, de todos los siglos
Sigo firme en agosto, como al principio,
Emancipado, libre, sin remordimiento
Como árbol de caimito en la tormenta
Como crepúsculo que entra por mis venas
Alguien llama por la ventana
Me asomo al asombro que llega
Le abro la puerta a la palabra
Está amaneciendo,
Brindemos por la ciudad marina.
En este mar atormentado
Un leve queja
Escurre por la proa del corazón
Y muerdo los labios
Ante los relámpagos de la sal
Y el timón se enraiza
A la noche del naufragio
Solo
Y con los temores
A cuestas
Como alga en las profundidades
Atada a su propia certidumbre
De estar en flotación.
Navego más intenso que otros años.
Descubro en tu silencio, hermana
Un brazo de mar
Una emoción contenida que resplandece
Como pecho de gaviota en el aire
Todo es distante cuando la garganta
No puede desnudar sus andanzas
Cuando es tiempo de sembrar
Y la tierra florece herida
Bajo una lluvia que carcome y duela
Estamos desamparados
Doliéndonos siempre
Como muelles que la memoria no perdona
Cuando parte un barco a la deriva,
Cuando en la bahía siempre hay alguien que se va.
Salobre, sin pertenencias
Rasgado por el mar a cuestas
Absurdo, entregado
Un manojo de palabras sueltas
Sin sentido,
En el barranco de los sueños no cumplido
Trasnochado
Un manojo de abismos en la sangre acechan
Atrapado
Como si de verdad estuvieras muerta
Y yo en la noche, tu noche más prolongada
Tocando a tientas
Petrificado
En la memoria de los que tuvieron patria
Y la perdieron
Sin pertenencias
Sin pertenencias.
Salobre, hundido
Al pie de la ciudad marina.
Los esfuerzos
Nunca fueron vanos
En aras de repetir
Las victorias y la gloria de marinos enterrados.
Los hombres de entonces defendieron la ciudad
Pero también sucumbieron
Vencieron y fueron vencidos
El fuego fue polvo, estrella fugaz
Ademán de la noche sin retorno
Quedaron las murallas
La promesa sempiterna del ángel guardián
Como río que siempre pasa y es el mismo,
Como luz del faro de San José
Para perpetuar la paz de la ciudad.
Quedaron las olas del mar al pie de las murallas
Lamiendo las heridas de la vieja ciudad.
Largas escarpas de sargazo
Hondean la rutina del muelle
Presagio de la tormenta
En la memoria
Los muertos emergen
Y se enredan el canto y la epopeya
Prolongación de aplausos
Cambian el rumbo
De las garzas y el sueño.
Hermana, vuelvo a tus ojos
A tus muertos
Que son los míos
A mis amigos muertos
A los muertos de la ciudad
También nuestros muertos
Vuelvo al barrio
A las calles, a los callejones
Que me duelen en la sangre
Vuelvo al silencio
Al mar sin oleaje
Que nombra lo vivido
Al oleaje de los recuerdos
Que encuentran playa y contenido
En el poema escrito
Vuelvo a las cosas sencillas
Que habita en los latidos
Y me repito, insistentemente me repito
Al precipicio que me llama
A la sombra que me olvida
Sin ser el mismo
Habito el corazón de los fantasmas
Fotos: © Barry Domínguez
De cómo amarizar en la tormenta
Para Nabila
Que llegó al puerto
I
Emerjo
No derrames más los huesos
y las sonajas de niebla
al mar.
II
Retoñar
es lo que el amanecer nos dicta
III
El hielo se fue fraguando
como una tempestad en el tacto
quimera que interpretó la evaporación y el olvido
como otro rostro de la celestialidad
IV
Y digo tributo
a la deriva
mancha de nuestra piel
tendido como un pensamiento lejano y atrevido
Hemos pensado el puerto en el Oriente
Yo digo que el Oriente es arriba, aliento de tu frescura
tobogán que cercena y acerca al sacrifico
V
Voy
y no
escucho el árbol marino que se adentra por tus manos
y en la caricia el fruto es un capricho tibio
qué contrariedad de temperaturas
de templanza y vocación de nombrarte
VI
Loco
y no
Debido a ti
cósmico y salitroso en esta celeridad
en esta jaula de oro, porteña
La marisma nos rodea
En algas la migración de nombrar
atado y en tu memoria
VII
Has de poner los pies en la tregua
en el barco, rumbo a la tierra de Penélope
y la antigua marinería brote de tus párpados
Estás exhausta, lo sé porque te tiemblan los muslos
porque tu cuerpo palpita como ave desmañada
en el torrencial verdor de su migración
Mira el agua cómo se rompe en la quilla
Mira cómo gravita la vocación de llamar al tacto
y su unción de guitarrero que descubre la música azul
esa velluda calidez que halla su cuerpo bajo las sábanas
Breve y perspicaz
la superficie es como un gran ojo que se funde
que nos anuncia en el clamoroso temblor
de la llama acuática
Tu aliento quema
dichosa danza que se inicia en los labios
y termina en la garganta
¿Decir te amo?
Decir que no hacen falta las palabras
que hablen los ojos, que la piel aplauda
el discurso del amor
VIII
Es hermoso despertar a tu lado
contemplar contigo la ciudad
y oír tus rumores
Pronto llegarán las embarcaciones
Mientras, hablemos del río
de la gente sencilla que ahora nos levanta
con su pregón de pan dulce
Hablemos de la noche anterior
bajo el faro de nuestras interrogaciones
Las orquídeas saludan
Y el mangle envía su concierto de aves marinas
Tócame
ya no soy el mismo
Ulises está en camino
Ulises se ha tropezado con la misma piedra
Se cansa pero el amanecer ya le camina en los ojos
Sabe cuánto vale una mujer, el amor, los besos
la lava la contiene la retina
IX
Floto a contracorriente
Fotos: © Barry Domínguez