CRÓNICA DE LOS DOS ÚLTIMOS ENCUENTROS
Por Veroz Rosales
La primera visita
Desde que era muy pequeña, en casa siempre había una Jornada. El sábado salía una sección para niños, mi hermana y yo nos dedicábamos a recortar lo que más nos gustaba, para pegarlo en un cuaderno de “noticias”. El domingo disfrutábamos en familia del suplemento La Jornada Semanal. Cómo no iba a ser nuestro periódico favorito, pues además de que nació el mismo año que yo, en 1984, con dos meses de diferencia, era el medio con los mejores periodistas, dibujantes, fotógrafos y con una ideología izquierdista.
A los 6 años jugaba a ser locutora de radio, corresponsal de un noticiario, hacía mis “notas” en mi máquina roja Olivetti y me encantaba entrevistar a todo mundo con un micrófono inalámbrico que me compró mi papá. Conforme iba creciendo, el anhelo de ser periodista se iba arraigando en mí. No sólo La Jornada junto con sus colaboradores eran mis compañeros e informadores, desde la preparatoria este periódico se había convertido en mi meta, deseaba ser Jornalera.
Así como a mi padre lo guió histórica, social y políticamente el maestro Rius, su gran ídolo intelectual, a mí me tocó aprender, indagar, conocer, interesarme por los acontecimientos históricos y actuales gracias a la pluma, a los trazos, a los colores, al arte del maestro Helguera, que fascinaba con sus dibujos. Aunque había muchos moneros y caricaturistas que me gustaban desde aquellos años como Fisgón, Hernández, Rocha, Trino, Jis debo confesar que mi favorito era Helguera.
Cada que había un evento en donde estuvieran invitados los Chamucos, asistíamos; lo primero que hacía al abrir La Jornada era ver los cartones; en las Ferias del Libro sus participaciones era lo que marcaba en mi agenda. Aunque ya había tenido la fortuna de cruzar algunos instantes con ellos, de conversar cuando el Chamuco TV se hacía en los estudios de TVUNAM, de fotografiar su set, de tomarme fotos chuscas con su característico humor, no había podido convivir más de ese tiempo reglamentario.
Y como no hay fecha que no se cumpla, mi momento de conocer y compartir con Helguera llegó, gracias a Barry Domínguez. Él tenía una deuda de más de 20 años, pues había retratado a la periodista Alma, su compañera de vida, pero nunca le había entregado las fotos. La última vez que lo vimos en la Feria del libro del Zócalo 2020, quedó formalmente de “ahora sí” llevarle esa hermosa serie fotográfica. Le insistí que no dejara pasar más tiempo y que por favor me llevara a la tan anhelada entrega.
Así fue, el 20 de octubre de 2020 andaba resolviendo una situación legal. Barry llegó antes a su casa, les mostró las fotos, se maravillaron con la belleza de los retratos y recordaron un sinfín de anécdotas. A mí ya me urgía llegar a la tertulia y la burocracia no me soltaba. Cuando por fin estaba fuera, tomé un taxi y le dije al conductor “tengo una cita, vayámonos por el camino más corto”. Al llegar a su portón, toqué con emoción. Al abrirse la puerta me recibió cálidamente y con su característica sonrisa el mismísimo Helguera y me dijo, “ya te estábamos esperando, pues qué tanto hacías”, reímos, me quité el cubre bocas, me saludaron efusivamente sus perritos y entramos a su estudio. Yo no podía creer que estuviera en la casa de uno de los personajes que marcaron mi infancia y mi etapa adulta con su talento y sencillez. Nos acomodamos en las sillas y los cuatro comenzamos a platicar de todo. Yo pregunté si tenía todos sus dibujos, si estaban clasificados, si guardaba los recortes de los periódicos y cosas por el estilo que son fundamentales para personas como yo, organizadas y coleccionistas. Les conté que yo sí guardaba todo lo que me gustaba de otros personajes y todos los impresos de los medios en donde había tenido la fortuna de publicar. Pero cómo comparar una trayectoria modesta de 15 años con una reconocida y trascendente de 35.
Después de un rato de contar anécdotas y de saltar de un tema al otro, Barry le dijo a Toño que comenzaran con la sesión fotográfica, mientras Alma y yo seguimos conversando sobre su impecable trayectoria periodística en La Jornada y sobre mi paso laboral, de más de una década, por mi alma máter. Le confesé que intenté varias veces entrar a La Jornada, pero que por varias razones no se pudo y terminé quedándome a laborar en mi amada UNAM.
Barry y Toño se paseaban por el estudio. Encontraron un buen punto en el umbral por los trazos y reflejos que se obtenían en las tomas; después de varias poses, escogieron como siguiente locación el jardín, sentado, de pie, con su perro, prendió un cigarrillo; ya adentro de nuevo le mostró la máquina de escribir del abuelo, sus objetos más preciados, se sentó en su espacio de creación y comenzó a dibujar, para lograr unas tomas en su traje de carácter. Fue ahí cuando Barry le comentó a Toño que teníamos un proyecto periodístico y fotográfico llamado Fotogrammas y que estábamos por estrenar la página y cambiar de imagen. Barry le mostró su “dibujo perfecto con la zona áurea impecable” y le pidió su opinión. Toño lo miró detenidamente, sacó su compás, lo analizó y le dijo “Amigo, no encuentro la zona áurea por ningún lado, la idea no es mala, pero no le hallo las proporciones”. Barry rió nerviosamente, nos voltearon a ver y yo encogí los hombros. Instantes después le dijo “ayúdanos a que nuestro logo quede bien. Fotogrammas es la fusión de la fotografía y la gramática y después de pensarlo con Vero en fusionar con una tecla la escritura y un lente la foto, a mí se me ocurrió que podríamos reunirlas dentro de una cámara Rolleiflex”. Toño le dijo, “claro que te ayudo amigo, déjame tu dibujo y yo te lo interpreto a partir de tu idea”. Barry y yo nos miramos y sonreímos con emoción.
Mientras terminaban de ponerse de acuerdo en que si la tecla de la G sería de máquina Remington o de Underwood, yo admiraba algunos de los primeros dibujos de Pedro, su hijo menor, que estaban en una caja y que Alma decía que pronto serían enmarcados; observé el librero repleto de grandes autores, y analicé a detalle sus premios y reconocimientos. Cuando terminó la sesión, Toño se subió a un banquito y nos bajó la caja con su maravillosa colección de Revista de revistas, con las portadas creadas por el gran Chango Cabral. Nos enseñó desde el primer número, y recordaba a la perfección en qué página se encontraba lo más relevante, fue un buen rato mirando sus grandes tesoros, yo hice algunas fotos del memorable momento.
Entre tanto pregunté, por qué si tenía una obra vasta y maravillosa, no habían editado un libro con su trabajo; me dijo, “a la gente no le interesa un libro lleno de cartones políticos, es difícil que se venda un libro solo de moneros”. Se acercó al librero y nos mostró “El pequeño despeñario ilustrado”, una edición donde están sus cartones junto con los de los Chamucos: Patricio, Fisgón, Hernández y Rapé; nos regaló uno a cada quien y nos los dedicó, estábamos muy agusto aunque yo presentía que el tiempo de compartir seguramente se estaba agotando.
En eso entró al estudio Mariana con esos hermosos y expresivos ojos grandes, saludó y se sentó sobre las piernas de su mamá. Les pregunté sobre su relación y me platicaron que era muy buena, que hacían ejercicio juntas y que aunque estaba en una edad difícil de juventud, era una buena hija. El tiempo se había ido volando y ya era hora de la comida, pensamos que debíamos partir, pero con la calidez y sencillez que los caracteriza, nos invitaron a comer. Barry dijo, “cómo creen, ya nos retiramos”, yo con mi jocosidad dije, “con gusto nos quedamos”. Todos soltaron la carcajada, Barry me echó unos ojotes, pero pues la invitación ya había sido aceptada. Antes de que la mesa estuviera lista, salimos al jardín, hermoso, verde, lleno de flores, plantas y un enorme árbol que Toño nos platicaba que tenía más de 100 años. El recorrido siguió por la habitación contigua del estudio, en donde había más objetos antiguos y hermosos. Terminamos hasta la cocina en donde nos mostraron la estufa Acros propiedad de su abuela, impecable y hermosa la cual aún utilizaban. Al llegar al comedor, Barry se maravilló con la linografía «Homenaje a José Guadalupe Posada» de Leopoldo Méndez, misma de la que él tiene una pequeña réplica en su casa; por eso fue parada obligada, para una foto del recuerdo.
En la sala estaba Pedro, lo llamaron para comer y nos sentamos a la mesa, disfrutamos de delicioso arroz blanco y un pastel de pollo, con una salsa roja riquísima. Platicaban con los muchachos de cómo se conocieron sus padres con Barry, les preguntábamos qué profesión era la de su elección y las anécdotas continuaron hasta que llegó el café. Toño tomó La Jornada y la empezó a ojear, mientras nos hacía comentarios políticos y nos confesaba su interés y gusto por aprender a dibujar en la piel, deseaba poder plasmar su arte en tatuajes, a lo que Mariana dijo todos los que quería que le hiciera su papá. A Mariana le gustan mucho las fotos, incluso platicó que le encanta hacer creaciones interviniéndolas con el Photoshop.
Tuvimos un gran rato de sobremesa hasta que Barry dijo, «es tiempo de irnos, ustedes tendrán muchas cosas más que hacer y nosotros aquí dando lata», yo ya no podía volver a decir “nos quedamos otro ratito”, así que tuve que aceptar la partida. Nos acompañaron a la puerta y Toño y Alma nos dijeron que ahora sí no dejáramos pasar tanto tiempo para volvernos a ver, incluso nos invitaron a conocer la casa de su padre en Lagos de Moreno, y Barry a su vez los invitó a hacer un recorrido zapatista por Morelos. Toño quedó formalmente de mandar pronto el logo, justo a tiempo para estrenarlos en el cuarto aniversario de Fotogrammas, en noviembre. (Cosa que sucedió en tiempo y forma).
Nos dimos un abrazo fuerte, y prometimos volver a vernos…
La despedida
¿Quién hubiera pensado que esa primera visita iba a ser la última?, ¿quién podría imaginar que esperábamos a que la pandemia cesara para la siguiente visita, y que el tiempo no nos iba a alcanzar?
Después de un año difícil no solo por el COVID y el encierro, sino por temas laborales, personales, emocionales, nunca creímos que íbamos a recibir una noticia tan inesperada y devastadora. Justo hace una semana, el viernes 25 estaba platicando con mis papás y haciendo mi terapia de pie a causa de una fractura, cuando me llega el incomprensible mensaje de una amiga: “Supiste lo de Helguera”, antes de abrir el whats se detuvo todo por un momento, sudé frío y con miedo vi el mensaje, no decía más, fui a google y mi corazón se apachurró, dije “no, esto debe ser un error”, había pasado menos de una hora y el internet estaba invadido con mensajes sobre el suceso: “Infarto fulminante”, “En la tarde había grabado su cápsula para el Chamuco TV”, “Te extrañaremos”, “Desconsolados”, mi familia preguntó “¿qué pasa?” y con la voz entrecortada dije “se nos murió Helguera”. Nadie lo podía creer. Le avisé a Barry y nos unimos a compartir algunos mensajes y fotografías desde nuestras redes.
Esa noche no dormí bien, estaba triste, enojada, ¿por qué él, que ningún daño había hecho?; ¿por qué tan joven?; ¿qué íbamos a hacer ahora con su ausencia en La Jornada, en Proceso en el Chamuco TV?; ya no podríamos tener la segunda visita, se había ido a un viaje sin retorno. En la mañana del sábado fuimos a cumplir con un compromiso laboral. Investigamos dónde estaría, para poder ir a verlo por última vez. A las 3 pudimos llegar a Félix Cuevas. Con pasos lentos a causa de las muletas y el corazón apachurrado, entramos. Ahí estaban muchos familiares, gran parte de la plantilla Jornalera y a un lado de la ofrenda Alma, Mariana y Pedro. Sentí un hueco en el estómago, de dolía su dolor, en verdad seguía creyendo que esto no era real, que como diría el Fisgón, todo esto era un universo paralelo y que él aparecería con una gran sonrisa y su gran sentido del humor en cualquier momento. No fue así, llegó nuestro turno de abrazar a Alma, a los muchachos, y fue un instante realmente duro, no se tienen las palabras, la fuerza para hacer o decir nada que pueda consolar, reconfortar. No podía si quiera imaginar, cómo sería la vida de ellos, tan jóvenes, sin la figura y la presencia de su amado padre, su guía, su ejemplo, su ídolo.
Alma le dijo a Barry, “al menos le pudiste entregar a tiempo las fotos que esperó por tantos años”, mientras ellos conversaban, yo miraba sus fotos, en todas sonriente, divertido, el lugar estaba lleno de flores, de lágrimas, de ropa oscura, tal y como los Chamucos siempre salían en su programa. En silencio, sentada viendo pasar, entrar y salir gente, casi en su totalidad desconocida para mí, no podía dejar de seguirme preguntando: ¿por qué él, por qué tan pronto, por qué no le dieron una segunda oportunidad, por qué no pudo luchar, por qué los genios mueren, por qué nos duele tanto, por qué es injusta y tan frágil la vida, por qué no volveremos a verlo, por qué les arrebataron a Mariana y a Pedro a su padre, a Alma su compañero y a nosotros a nuestro gran monero?
Helguera no sólo era un gran esposo, padre, hermano, amigo, era un ser humano excepcional, un personaje de la gente, de sus admiradores, de los que crecimos con su arte, con su humor, con su sabiduría y con su inagotable talento.
Pasamos muchas horas ahí, el dolor y sufrimiento se percibían, pero como el cuerpo aún seguía ahí, no asimilábamos que horas después ya no estaría más. Yo quería verlo, para entender que ya se había ido, despedirme y que me cayera el 20 que todo eso era real. No deseaba irme de esa fría sala sin darle las gracias, despedirme y por qué no, llorar su pérdida. Barry no quería subir, deseaba recordarlo como lo vio la última vez, feliz y bromista.
Subí con ayuda, las muletas me estorbaban, di unos pasitos un poco torpes, traté de no atorarme con nada y llegué, cerré los ojos, me puse enfrente y lo vi, pasó por mi mente la película del último encuentro y lo primero que hice fue preguntarle: “¿por qué te fuiste, maestro?, yo creo que es muy pronto, no era tu momento”. Lloré, lo observé, sus manitas prodigiosas estaban muy delgadas, traía su camisa negra con un vivo blanco en la parte de los botones, su pantalón de mezclilla, su barba recortada que le bajaba por el cuello y sus ojos cerrados, esos que no se volverían a abrir jamás. Encima de su caja estaba un pequeño cuadrito con un trenecito cocido en punto de cruz, una foto con sus hijos pequeños pintando juntos, velas, la cruz, flores, y un ambiente de infinita tristeza. Lo despedí, le dije que para mí había sido un honor coincidir en tiempo y en espacio, que había sido afortunada de conocerlo, haber aprendido tanto a través de su arte, de disfrutar de su sapiencia y espíritu crítico y combativo.
Barry me miró, agachó la cabeza y me ayudó a bajar, le dije “te despedí de tu amigo”, y me dijo “no, debo ser yo el que le dé el último adiós”; subió con lágrimas en los ojos y estuvo un ratito viéndolo, no sé qué tanto le habrá dicho, pero fue hasta ese momento que los dos nos hicimos realmente conscientes de esta triste realidad. Después de secar nuestras lágrimas y pasar un momento en silencio, nos acercamos para platicar con uno de sus grandes amigos: Rapé y nos platicó del número especial que le dedicarían en la Revista El Chamuco; ya no alcanzamos a Hernández y al Fisgón que habían estado ahí por la mañana; decidimos retirarnos antes del duro momento que se avecinaba: su última parada, para convertirse en cenizas.
Esta crónica es mi muy humilde homenaje para uno de los mejores caricaturistas de la historia de nuestro país, siempre crítico, solidario, congruente, entregado. Aunque gente ignorante, de ideologías contrarias, indolente, intente si quiera manchar su nombre, reputación y trayectoria, somos muchos más los que sabemos de su valor, importancia, relevancia y que continuaremos haciendo visible su trabajo y difundiendo su gran legado.
Dice mi papá que ahora que estás en un plano más bello y amable y compartiendo con el maestro Rius, nunca dejen de hacer su arte juntos, donde quiera que estén.
¡Hasta siempre a nuestro admirado y querido Helguera!
Muchas gracias por este bello homenaje al tan querido y tan admirado Antonio Helguera, el mejor caricaturista contemporáneo de México, quien fue artista y educador de muchas generaciones. Además, de ser un hombre comprometido con el progreso del país y con las causas justas.
La diferencia entre los buenos y los indispensables, es que los segundos, tocan y cambian la vida de la gente, aún sin conocerla. Eso fue Helguera para mi y para tantos mexicanos que crecimos y fuimos inspirados con su obra y con su ejemplo de congruencia y honestidad.
El legado de Toño siempre vivirá en nuestros corazones y en cada éxito que tenga el avance de nuestro país.
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